THE SHOW MUST GO ON…

Esta mítica canción de Queen amenizó mi trayecto al Aeropuerto de Birmingham un 29 de abril de hace veinticinco años. Había llegado a la ciudad unos seis días antes para participar en el First European Young Conductors Competition organizado por la EBBA (European Brass Band Association) dentro de la 23ª edición del European Brass Band Championships. La organización del concurso había seleccionado a dieciocho candidatos de entre más de cincuenta inscripciones provenientes de distintos países europeos. Como en otras ocasiones, mi objetivo era vivir la experiencia dirigiendo diversas formaciones y nuevos repertorios para mí. Con todo ello, tuve que estudiar obras de autores que nunca antes había dirigido como Peter Graham, Eric Ball, Ronald Wiltgen, Gilbert Vinter, Gareth Wood, William Mathias o Philip Wilby, y también me inmiscuí en otras composiciones cuyo estilo, al menos, ya me era un tanto conocido como son las de Joseph Horovitz, Edward Gregson, Philip Sparke, Jan de Haan o Jan van der Roost. El estudio de partituras nuevas siempre es un camino eficaz para consolidar conocimientos y desarrollar métodos de aprendizaje y de crecimiento artístico. El concurso contemplaba una primera ronda en la cual, los dieciocho candidatos debíamos realizar un ensayo ante el jurado. Para ello debías conocer tres partituras propuestas y en el momento de salir a dirigir, se sorteaba cuál de ellas tenías que ensayar. Tras esta prueba, se seleccionaban a seis directores para la semifinal con el mismo sistema de funcionamiento, pero con otras tres partituras diferentes. Ambas pruebas se desarrollaron en el Library Theater de Birmingham ante el jurado internacional formado por los maestros Dr. Roy Newsome (UK), Ray Farr (Noruega), Michel Barras (Suiza) y Elgar Howarth (UK). Tras las semifinales, pasamos tres candidatos a la fase final, que consistió en un ensayo puntuable de cincuenta minutos más el concierto público. Sin embargo, había una prueba previa al concierto que me tenía muy preocupado: una entrevista viva voce con el jurado y a puerta cerrada.

            Para mí, llegar a la final ya era toda una victoria y estaba realmente nervioso ante esta entrevista. Mi nivel de inglés para los ensayos era bastante funcional, pero en una conversación que debía versar sobre análisis de partituras y criterios interpretativos el lenguaje debía ser más amplio y variado y constituía todo un reto para mí. La conversación con el jurado empezó analizando las partituras que debía dirigir en el concierto final: Dances and Arias de Edward Gregson (obra obligada para los tres finalistas) y la obra que se me adjudicó por sorteo, Paganini Variations de Philip Wilby. Me preguntaron por cuestiones estilísticas, armónicas, estructurales, orquestales…. Cuando habían pasado unos quince minutos (la entrevista debía durar más o menos, unos veinte), un miembro del jurado me pregunta si les podría hablar sobre repertorio inglés para orquestas de viento. Aunque no esperaba aquello, reaccioné como mejor pude y comenté un buen número de partituras de autores ingleses desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Al finalizar mi exposición, la misma persona que me había preguntado replicó: “Está bien, pero se ha dejado a otros muchos autores”. Un compañero del jurado le señaló con el dedo mirándome: es decir, no le había nombrado a él mismo, pero, realmente, no conocía sus composiciones. “Si quiere dedicarse a la dirección a nivel internacional, debería tener un mayor conocimiento del repertorio inglés para vientos”, me espetó un tanto altanero. En ese momento me sobrevino un nacionalismo un tanto imprudente (y tal vez estúpido) que me hizo replicarle: “¿Y usted cuantas obras de banda españolas conoce?”. Finalizando la frase noté como mi piel se ruborizaba: no había sabido retener mi ansia juvenil ni mi discreción. Algunos miembros del jurado disimularon una carcajada ante mi pregunta. El maestro con el que estaba hablando me contestó: “En España no tienen autores relevantes para vientos, pues las bandas siempre tocan transcripciones de obras sinfónicas”. Metido en el fango y sin posibilidad de enmendar la situación me propuse continuar con la conversación. “No crea”, le contesté un tanto orgulloso, “tenemos obras para banda muy importantes de autores relevantes en la historia musical europea…”. Así empecé una declamación de repertorio y de autores españoles para banda que me llevó a estar casi otros veinte minutos más. Todos me escuchaban con atención y sorpresa hasta que el presidente del jurado me dijo: “Muchas gracias por su información, pero tendrá que ir a descansar antes del concierto de esta tarde”. Salí de aquella sala complacido, pero a la vez convencido de que mi reacción no me iba a ayudar en la final. A veces es importante saber callar en ciertas circunstancias. Pero ya estaba hecho. Necesitaba pasear, y me fui bordeando el River Cole intentando no pensar demasiado en el concierto. Mi bagaje estaba ya lleno de experiencias e iba a regresar a casa con una singladura repleta de emociones. Vi una cabina telefónica y llamé a casa: necesitaba un halo de complicidad y me venía muy bien bien escuchar alguna voz cercana.

        El concierto de la final, efectuado el viernes 28 de abril de 2000, se realizó en uno de los auditorios más bellos en los que he podido trabajar: el Symphony Hall de Birmingham. Inaugurado en 1991 por Sir Simon Rattle, la acústica de este magnífico escenario está considerada como una de las mejores del mundo. Cuando sales a dirigir, te sientes muy pequeño ante la magnitud de la sala y cuando empieza a sonar la música, ésta te envuelve con una calidez indescriptible. Además, tenía ante mí una prestigiosa formación inglesa: la J.J.B. Leyland Band. Una cámara de video situada frente a nosotros, grababa cada uno de nuestros movimientos e indicaciones para que el jurado tuviese la visión que los propios músicos tenían de cada director y pudiera valorar su funcionalidad y eficacia. Recuerdo que salí a dirigir pensando sólo en pasarlo bien con aquella magnífica música que me había tocado interpretar. La obra de Philip Wilby, Paganini Variations, es toda una muestra textural de colores sonoros que combina el virtuosismo con diversos paisajes acústicos creados con una artesanía extraordinaria. Al finalizar mi actuación me sentí feliz. Ya estaba todo hecho y lo había disfrutado mucho. Cuando acabaron el resto de finalistas, se nos invitó a volver al escenario para la ceremonia de premios. El ministro de cultura inglés, Mr. Smith, leyó un mensaje de la Reina Isabel II, miembro del patronato del concurso. El conductor de la ceremonia, Robert Morgan, empezaba la lectura del acta del jurado desde el tercer premio hasta el primero. Los nervios habían conquistado mi cuerpo, no sabía que hacer, solo quería que finalizase todo aquello e irme. Al no escuchar mi nombre en el tercer y segundo premio, entendí que había ganado el concurso. Anunciaron mi nombre como vencedor y empezó una ceremonia tan protocolaria como incómoda. Me entregaron tantos objetos que no sabía qué hacer de ellos: el diploma de ganador, el cheque con la cuantía económica del premio, un ramo de flores, un trofeo en forma de copa inmenso, la Batuta de Honor (símbolo del concurso) enmarcada en un cuadro también voluminoso…. Y cuando ya no sabía dónde colocar tantas cosas, invitan al maestro Philip Sparke, presente en la sala, que me entregó un cuadro con un manuscrito suyo de su composición Tallis Variations. Fue todo muy emocionante, pero al llegar al camerino con todos aquellos presentes y cerrar la puerta, sentí una soledad tremenda. En la sala había delegaciones culturales de diversos países, pero no había nadie cercano a mí. Quería saltar, gritar, abrazar… pero me tocaba estar solo. Cuantas veces la soledad invade este trabajo con una batuta. Cambiando mi atuendo ya dispuesto a marcharme al hotel, llamaron a la puerta. Abrí y me encontré con el maestro belga Jan van der Roost a quien había conocido algunos años antes estudiando en Holanda y que estaba presente en la sala de conciertos. “José, felicidades…Vamos a celebrarlo, ¿no?”, me dijo. Siempre le recuerdo al maestro tanto bien como me hizo aquel detalle, al no dejarme solo en un momento tan especial.

     Hace veinticinco años de aquella aventura. Pero la canción de Queen en el taxi me recordó que era sólo eso: un momento efímero. El espectáculo debe continuar y debe hacerlo con esfuerzo, con dedicación, con ilusión, con humildad y, por qué no, con vehemencia. Lo importante es viajar y aprovechar los buenos momentos como combustible para cuando haya un gran apagón (como el del propio 28 de abril de 2025, justo veinticinco años después). La personal Odisea de cada uno forja el espíritu vital necesario que busca la Ítaca anhelada y alimenta el deseo de seguir descubriendo lugares desconocidos. Birmingham y su Symphony Hall serán siempre una isla importante en mi singladura vital y sensorial. Sin embargo: The show must go on, I’ll face it with a grin, I’m never giving in… (“El espectáculo debe continuar, lo afrontaré con una sonrisa, nunca me daré por vencido…”).

José R. Pascual-Vilaplana

Cocentaina, 30 de abril de 2025

Entrevista a Pascual-Vilaplana por The British Bandsman (6/05/2000)

EBBA 2000. Entrevista The British Bandsman

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